El ferry que va cambiando de orilla

En el rellano de la escalera principal del modesto y un tanto lúgubre inmueble que el Ministerio de Asuntos Exteriores húngaro ocupa en un chaflán del centro de Budapest, hay una placa de mármol que evoca la memoria de Bela Kun, periodista radical y atrabiliario que durante seis meses de 1919 lideró la más efímera y disparatada república comunista del siglo XX. Aupado al poder en calidad de Comisario para Asuntos Exteriores, según una cita histórica ya clásica, Kun lo nacionalizó todo «menos las peluquerías y los puestos de castañas». 

A la espera de que el Ejército Rojo acudiera en su ayuda, él y sus sicarios aplicaron una brutal política de terror contra todo bicho viviente considerado enemigo de la revolución. Pero las tropas que llegaron no fueron las soviéticas, sino las rumanas, y el Almirante Horthy dio la vuelta a la tortilla implantando una mañana de agosto una dictablanda de derechas. 

Setenta años después todos los funcionarios del viejo caserón dan por seguro que la placa de Bela Kun tiene sus días contados y su sucesor como responsable de la política exterior húngara, un ex comunista irónico y sutil llamado Gyula Horn, explica que lo que su gobierno quiere no es que vengan los rusos, sino que se vayan. «Hoy por hoy no cuestionamos la pertenencia al Pacto de Varsovia», me explica Horn, muy en su papel de relaciones públicas ante la prensa occidental. «Pero somos conscientes de que la neutralidad es un deseo profundo de la gente».

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