Cuando las pretensiones fallan

De la veintena de largometrajes que compiten en la sección Opera Prima, tres están dirigidos por mujeres. Por azares de la programación, hoy da la casualidad de que toca referirse a dos de las películas cuyos máximos responsables son mujeres. 

La primera, de la norteamericana Tamra Davis se titula Guncrazy -todo junto, a diferencia de la película de Josep H. Lewis (1950) de la que toma su nombre- y posee numerosos puntos de contacto -al menos en su planteamiento- con la película de Harry Cleven Abracadabra, pero carenciendo del sentido de la tragedia del director belga, y de su capacidad narrativa.

Con todo se trata de un filme digno, que sigue mucho más los pasos de Bonnie and Clyde que de Los amantes de la noche como por el argumento cabría esperar. La directora nos narra la odisea de Anita una adolescente que vive con el novio de su madre, aborrece los estudios y no pone demasiadas pegas a echar un polvo en un basurero con sus compañeros de estudios.

Aprovechando una iniciativa de uno de sus profesores, la muchacha entabla una relación epistolar con un preso llamado Howard, al que consigue sacar de la cárcel convenciendo a un extraño pastor amante de las serpientes -y que finalmente acabará siendo picado por una cascabel «que había sido atropellada y como consecuencia había perdido el sentido del mal» -para que le proporcione trabajo.

El amor a las armas que en principio une a los dos jóvenes, da paso posteriormente a la lucha por la supervivencia que determinará su camino conjunto. 

Hay bastantes ideas en el filme de esta realizadora, pero desventuradamente la mayor parte de ellas no encuentran adecuada plasmación en la pantalla. Su intención de mostrar la agonía de unos inocentes que se ven atrapados en una trampa mortal, paralelamente a la evolución personal de la pareja -que culminará con la superación de la impotencia de Howard, en una nueva referencia al filme de Penn- no se ve coronado por el éxito.

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