Y con ascendencia judía

Lo que sí está claro en su personalidad es la seguridad en sí mismo que, para sus detractores, puede ser vista como arrogancia. Para ello le hace un flaco favor su físico que le da la ya archimencionada apariencia de califa, en cuyas manos está decidir el destino de los demás mortales con sólo levantar o bajar un dedo. Anguita no suele preocuparse de la imagen que pueda dar de cara al exterior, pero lo que desde luego no le gusta es el cartel de «califa rojo» que le colocaron a su paso por el Ayuntamiento de Córdoba, entre otras razones, porque su ascendiente es judío. Sus colaboradores coinciden en destacar la gran capacidad de trabajo que tiene y la fuerte personalidad que le ayuda a imponer casi siempre su autoridad, a pesar de que sabe contar hasta diez antes de saltar. Y cuando salta, salta de verdad. Incluso, consigue la admiración de personas que distan mucho de sus posiciones ideológicas.

Por ejemplo, en una ocasión, siendo alcalde de Córdoba, un general le regaló los oídos diciéndole: «Señor alcalde, cuando ganen los nuestros le fusilaremos, pero le permitiré que sea usted mismo quien mande el pelotón de fusilamiento». En sus costumbres, a Julio Anguita le encanta la buena mesa, dice aburrirse con el fútbol y, en general, asegura que prefiere prácticar el deporte antes que ser un mero espectador. Habitualmente fuma algo menos de un paquete diario de tabaco negro y evita en lo posible tomar cualquier tipo de medicamentos. Eso sí, toma siempre sacarina con el café desde que, hace unos meses, los médicos le diagnosticaran un pequeño índice de diabetes.

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