Una primavera con Fraga

Era posible tratar de tú a un vendaval, poner firmes a un ciclón, detener la cólera del viento y la ira del dios de la lluvia? Sólo Fraga, vendaval, ciclón, viento y chaparrón. Sólo una fuerza de la naturaleza podía domeñar la inclemencia de este diciembre arisco y furioso. Fraga ha ganado en Galicia. Fraga, dux, virrey, regidor, comendador, profeta en su tierra. ¿Qué dirá Franco en su tumba? Un ministro mío, par de la democracia, vencedor en limpios comicios, portaestandarte del impío liberalismo. Manolo, Manolo, cuarenta años aporreando la cresta de la partitocracia para que tú, Bruto, asientes tus posaderas sobre las ruinas de mi memoria. Y encima en mi tierra, que es la tuya. Hay que ser un animal de la política para sobrevivir de esta manera a los estragos del pasado, a los renglones torcidos de una biografía, al polvo acumulado en las sandalias de peregrino de la historia. Vitoria, Vitoria. Montejurra, Montejurra.

Ni olvido ni perdón. Olvidamos, perdonamos. Mirar hacia atrás es de mala educación, sólo sirve para tropezar en el camino. Para llegar a ser estatuas de Indianápolis del fin de siglo. Cuando todo adquiere un vértigo irrefrenable, cuando en cuestión de días suben y caen los gobiernos, cuando el porvenir coge velocidad de crucero, cuando los caballos del futuro galopan desbocados por las praderas del milenio. No hay tiempo para detenerse. ¿Quién es aquel jinete? ¿No ví antes su rostro en otro lugar?

¿No aplastó la hierba montando el corcel del Apocalipsis? No importa el jinete, el caballo corre y corre. La hierba crecerá de nuevo porque siempre, tras el invierno, viene la primavera. No hay ballena que se trague a Fraga, porque Fraga es la ballena, el Moby Dick impune a los arpones de la crítica y del tiempo. No ha nacido aún el capitán Acab que le ponga proa para librar con él la batalla final en el Finisterre de su travesía. Sus coletazos astillan las frágiles barquichuelas de los imberbes arponeros. Fraga, rey cristiano, ha iniciado en Galicia la reconquista. Los infieles socialistas han perdido una de sus Granadas. Laxe, Laxe, no llores como una mujer por lo que no supiste defender como un hombre. Pero yo no mandé mis barcos a luchar contra una tempestad, dice el otro confundiendo la historia, ya de por sí confusa en esta hora bruja del siglo XX, que no se sabe bien si amanece o anochece. No parece que Galicia sea la Granada mora, ni la Xunta el Covadonga de don Pelayo-Fraga.

Aquí no servirá la teoría del dominó. La historia, en rigor, nunca se repite. Y Fraga con sus marañones no será tampoco un loco Aguirre que se declare en rebeldía contra el rey Aznar. Fraga ya ha llegado a su Dorado, y se dispone a gobernar. La singladura ha sido larga. Muchas las dificultades. Algunos quedaron por el camino. Pero Fraga ya bebe la miel del río de su victoria.

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