Noches rojas en Ámsterdam

Dos cucarachas rubias se persiguen por el reguero de luz que rodea el cochambroso escenario del Moulin Rouge. Sobre la tarima, una muchacha joven -zapatos de tacón como único vestidoarranca la camisa a un tímido espectador. Ella le obliga a tumbarse boca arriba; él obedece, resignado. La chica muestra al público un grueso rotulador, se lo intruce en la vagina y desliza sus posaderas sobre el pecho peludo de la «víctima». Al levantarse, el espectador contempla asombrado la línea negra que recorre su barriga hasta dibujar un corazón. Junto al ombligo, la joven ha estampado su firma: YOLI.

A pocos metros de allí, en el Live Porno Show Theater, una mujer con peluca rizada enciende un puro y se lo aplica cuidadosamente en la entrepierna, convertida de pronto en un voraz dragón que escupe volutas de humo. «Bienvenidos al sitio más desagradable de toda la ciudad». En la calle, sobre los canales, flota una espesa bruma del color del deseo, una galaxia de faroles y bombillas que brillan pícaramente, como diciendo: «Has caído en la trampa del barrio rojo». Amsterdam es la ciudad de las ventanas trasparentes. Los visillos son un guiño de coquetería; todo se hace a la vista. Las prostitutas no podían ser menos: se depilan, se acicalan y se ponen los rulos a pie de calle. No se privan ni del espejo retrovisor en la ventana, para aumentar su campo de acción.

Los burdeles parecen cajas de cristal abiertas a la perversión. Unas exhiben sin remilgos todos sus encantos; otras los muestran con recato, como pidiendo a gritos el manto salvador de un abrigo. Unas llaman descaradamente a los clientes, golpeando los cristales con sus anillos. Otras miran altivas desde el primer piso, se cruzan de piernas y seducen con el silencio de sus muslos. «Bienvenidos al sitio más desagradable de la ciudad».

Las «matronas», parientes lejanas de las prostitutas sebosas de la calle Carretas, disimulan como pueden su exceso de kilos. Las más jóvenes no saben ya qué hacer para romper la rutina. Unas se contonean al ritmo de la música, otras se entregan a la fantasía con conjuntos bragasujetador fuorescentes que les da la apariencia de peces de las tinieblas. Jenny no tiene por qué recurrir a esos trucos. Su cara de niña traviesa y su cuerpo virginal son el mejor de los reclambs. Jenny es colombiana, acaba de cumplir los diecinueve y lleva poco más de un mes en Amsterdam. «Me vine con una amigamayor,que yo y, nos pusimos en esta ventana, pero ella sólo aguantó quince días. No soportaba la calefacción, le daba jaquecas, así que se marchó y no he vuelta a saber de ella».La ventana no ha podido borrar aún una sombra de ingenuidad en su cara. «Al llegar lo pasé fatal.

Los holandeses son muy bestias... La primera semana la pasé en cama porque se me hinchó la vagina. Y los moros son unos "pendejos". A veces nos roban, por eso tenemos una alarma aquí, en la cama». Jenny sube a sus clientes por una empinada escalera y les recibe en una habitación amarillenta, impregnada en un olor tibio e indefinido. Cobra 50 florines por servicio (3.000 pesetas) y paga 150 al día por el alquiler de la ventana. «Hay chicas que viven aquí también, pero yo no podría: tengo que salir un poco de este ambiente. No sabes lo que es aguantar siete horas sentada en la ventana, con esta calefacción horrible».

Envuelta en un pequeño chal, dejando entrever sus piernas morenas, Jenny responde con cruel indiferencia a los mirones: «Si quieren algo ya vendrán a abrir la puerta. Si les sigues el juego se quedan plantados y espantan a los clientes». La ventana de Fernanda, una exhuberante brasileña de 25 años, está más resguardada. Fernanda lleva dos años en Amsterdam, en el número 3 de la Bloadstraat, y con sus ahorros ha recorrido ya media Europa. «Me gusta esta ciudad para trabajar; estamos mejor que en ningún sitio. Se cobra menos, pero se trabaja más. ¿La ventana? Cualquier cosa es mejor que la calle». Colombianas, brasileñas, dominicanas, alemanas, chinas, africanas... Prostitutas del mundo unidas y alineadas en los escaparates como preciadas joyas en venta.

Todos los viernes, a eso de las diez de la noche, la «cruzada» del Ejército de Salvación les recuerda lo cerca están del infierno. Unos veinte «militantes» de la organización, uniformados de pies a cabeza, se sumergen una vez por semana en la marea roja para redimir pecadores y captar adeptos. Hacen tres paradas, una en cada puente, y proclaman salmos y más salmos con la ayuda de un altavoz. El Ejército de Salvación sufraga un albergue para mendigos en el corazón del barrio rojo y tiene su sede encajonada entre dos ventanas de prostitutas. «Bienvenidos al sitio más desagradable de toda la ciudad». «.La quieres holandesa, negra, suramericana...?». Josef, un marroquí de Tánger que ejerce de chulo, pasea con aire despistado por los canales ofreciendo su «harén». Pequeñas mafias de marroquíes, turcos y negros de Surinam controlan el «mercado» de las ventanas y siguen de cerca el negocio.

La policía pasea en parejas y se limita a vigilar con aire rutinario. Hasta sus oídos llega bien cercano el eco de las dos palabras que más suenan en las calles de Amsterdam: «iHash!», «iCoke!». Cada cinco metros, un rostro moreno masculla la contraseña como si lanzara escupitajos. Para evitar el asedio de los «yonkies» que pululan por los viejos canales, las prostitutas se ponen en manos de sus ángeles de la guardia. «Este local está protegido por la Patrulla del Barrio Rojo», advierte un cartel enquistado en casi todas las ventanas. Y la «patrulla», diluida en la muchedumbre, está a la que salta, sobre todo si a algún aguerrido turista le da por disparar el flash y violar la ley impuesta por las chicas: «iProhibido hacer fotos!».

Los callejones están plagados de hombresreclamo, como el que pernocta a las puertas del Club Amor. Detrás suyo, un sugerente rótulo poliglota: «Real fucking show», «Chiavare veramente», «Joder de verdad»... «Antes había cantidad de espectáculos, pero los peces grandes se han ido haciendo con todo», se queja el propietario del sexshop más módesto del barrio. Los «peces grandes» se llaman Erex, ABC, Casa Rosso, Sex Palace... Espectáculos en vivo con travestis y hasta más de mil vídeos pomo de cosecha casera o importados de Dinamarca. «Bienvenidos al sitio más desagradable de toda la ciudad». Un maniquí femenino a bordo de una bicicleta franquea la entrada al Museo Erótico del barrio rojo. En el sillín sobresale un pene de goma que sube y baja al ritmo de los pedales.

Es el aperitivo, el pícaro presagio de lo que se esconde en estas cinco plantas consagradas al sexo. Una surtida colección de consoladores, una exposición de preservativos que se hinchan al apretar un botón, postales eróticas del «año 1.800 después de Cristo... Al otro lado del canal, las luces indirectas realzan los murales clásicos de «adanes» y «evas» que anuncian el Bananen Bar: . -Bienvenido al sitio más desagradable de toda la ciudad. ¿Qué es esto? ¿Un bar? Oh, no. Mucho más que un bar. -¿Un topless? No, no. Las chicas están completamente desnudas. -¿Prostitutas? Nada de prostitutas. Entonces, ¿qué hacen? Pase y compruébelo. Son 40 florines, barra libre. ¿Y luego? Después negocia usted los precios con ellas. Le aconsejo que empiece por el número de la banana. No se, arrepentirá...

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