La música te mantiene siempre joven
La ironía de la música es que te conserva joven para siempre, como ha reclamado Bob Dylan, pero lo cierto es que el tiempo se te escapa como esos granos de arena entre las manos. Conocí a los hermanos Urquijo a finales de los años 70, cuando se llamaban Tos y cuando Gonzalo Garrido y Julio Ruiz Llorente se volcaron para aquel concierto en homenaje a Canito, el batería del grupo, que había muerto en un accidente justo en la nochevieja del año 1979.
Creemos que fue el inicio de lo que se llamaba la «verdadera movida». Era el tiempo cuando las FM tenían una fuerza de dinamita y podían crear magia, en lugar de mamarrachos salidos de un factor que llaman X o como los 40 Principales, que se han convertido en Operación Triunfo. Con Canito se murió Tos y nació Los Secretos. Siempre recordaré aquel primer álbum con Sobre un vidrio mojado -para mí , su pequeña obra maestra-, Déjame, que había sonado en maquetas y, también, Ojos de perdida.
Era siempre Enrique, Enrique Urquijo, con su obstinado sentido del pesimismo a lo Boris Vian, quien impulsaba a sus Secretos. Recuerdo aquellas noches y noches que hablaba con Enrique en el todavía superviviente Honky Tonk. Gonzalo Garrido era el disc-jockey y Enrique me preguntaba sobre Jim Mc Guinn, Graham Parsons, colgado como siempre estaba con ese country-rock espectacular, maravilloso, que luego colonizaron los Eagles. Pero antes habían sido los Buffalo Springfield de Neil Young y Steve Stills. De todo eso sabía y mucho Enrique.
¿Cuántas canciones son clásicas en el mundo de Los Secretos? Diría que casi una docena. Pero, sobre todo, las mencionadas Y no Amanece, Quiero beber hasta perder el control y La Calle del olvido. Llevan la marca de Caín musical de Enrique. Pero a Enrique se lo llevaron los demonios de la desesperación. Álvaro, su hermano, me contó cómo se fue Enrique. Hace ya casi 13 años. Pero Álvaro ha sido el nuevo capitán de un navío que todavía navega libre en ideas, como se hablaba del barco de Colgado.
Hace un año publicaron su duodécimo álbum, titulado En este mundo raro. Lo es. Bastante más agobiante, repulsivo, en un país en que la música se calibra por esa basura de programas televisivos de un hedor insoportable orwelliano. Pero siempre nos quedarán Los Secretos. Unos secretos de oro que iluminan la ciencia de que el rock también puede ser eterno en la celtiberia nacional.
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