Ya nadie se suicida en el mundo financiero
Jaime Campmany, por muy director de Epoca que sea, no nos va a convencer, a estas alturas, de que la década de los ochenta termina el 31 de diciembre de 1990, y no el último San Silvestre. Dado que Marisa Naranjo se ha pedido volver a dar la campanada el próximo año, quién sabe si, en realidad, este 90 recién nacido no sea más que un paréntesis, fin de una década o comienzo de otra, tanto da, tengan razón Campmany y los que, con este motivo, suelen enviar entusiastas y detalladas cartas al director del diario o revista de su preferencia, o no la tengan. Los gurús del dinero -advierte Cambio 16- predicen una depresión de caballo para los 90, hayan comenzado ya o no (táchese lo que no proceda). Más de sesenta años después de la «gran depresión», del «Lunes Negro» de Wall Street, un terremoto real en Tokio provocaría -aseguran sin ningún género de dudas- una caída fulgurante de su Bolsa, y ya se sabe que si tropieza un japonés, se cae de bruces el resto. Dado que la arquitectura moderna es de cristal, pero sin posibilidad de abrir las ventanas, no es de prever que los damnificados, desesperados y arruinados, elijan la caída libre como expiación de sus imprevisiones. Afortunadamente, ya nadie se suicida en el mundo de las finanzas. Nadie, que lo contrario es rumor, rumor que solamente, esta semana, se ha atrevido a llevar al papel rosa de su leonera Jesús Mariñas, de Epoca.
Aunque todo buen periodista debe confrontar las fuentes de información -o sea, pedir peras al olmo-, y bien que Mariñas lo intentó (se colgó del teléfono de la calle Arga por ver si lograba sacarle una línea de sombra a doña Isabel, que no podía ponerse, pues estaba ojeando el Hola), no pudo confirmar lo que le quemaba los dedos y le mantenía en vilo: si no lo cuenta, revienta. Así que lo cuenta. Evidentemente, Miguel Boyer no estaba internado en la clínica La Luz, y por lo tanto no podían haberle hecho ni un lavado de estómago ni, mucho menos, vendarle las muñecas. Ni intento de suicidio, ni crisis conyugal, Boyer «vivo y coleando» salió a cenar, desde la portada de Epoca, uno de los últimos días del año. A Jockey y para una cena de ocho y para que les vieran bien. Boyer, cual Lázaro resucitado, así le quiere ver Mariñas, tomó un whisky con agua, de entrada, luego ostras, más tarde perdiz estofada, todo ella (la perdiz) regada por reserva de la casa, año 82 (faltaría más), y luego aguardiente de pera. Dos copitas le bastaron para diluir el rumor... Un rumor éste del que también tenía noticia el inefable José María Ruiz-Mateos, quien parece, por lo que les cuenta (y las piropea, que debe ser en él afición antigua y grata) a Carmen Rigalt, en Diez Minutos, y a Carmen Ramírez de Ganuza, en la misma Epoca, que ha entrado no sé si en la década, pero sí en el año 90, más exultante y satisfecho que un ocho.
A Ruiz-Mateos le llevan bien la imagen -el físico ya se lo cuida él, ni «lifting» ni silicona en el cogote, le asegura a la Carmen de Diez Minutos, y si no se lo cree, b que toque y compruebe, invita el caballero del pañuelo blanco en el bolsillo superior, le llevan tan bien su imagen, sus asesores o sus asesoras, que nos aparece por partida doble. En Epoca nos muestra el pisopiloto de lo que va a ser su Imperio Reconstruido en los 90 y en Diez Minutos se abre en canal, tal como es. «No tengo líos de faldas», vocea en Diez Minutos, «José María nunca me ha dado un disgusto de faldas», se muestra segura Teresa Rivero, la madre de sus trece hijos, en Epoca. «Verá -le explica él a Carmen Rigalt-, un hombre que ha trabajado toda su vida, no tiene tiempo para mujeres. Yo me olvidé de vivir, como diría Julio Iglesias».El hombre ha cambiado, eso sí, hasta él lo reconoce; le gustan las mujeres a rabiar (y a quién no), pero es fiel, marido ejemplar, no, pero responsable como pocos, y es que «Teresa es una mujer abnegada y merece un respeto y una consideración». Y todo empezó porque hace unas semanas Tiempo llevó a portada La desenfrenada vida de Ruiz-Mateos y sus supuestas aventuras con dieciséis mujeres. Con dieciséis, que se dice pronto. Así que cómo no entender a Teresa Rivero cuando comenta, cargada de sensatez, a Epoca que ninguno de la familia, ni ella ni los hijos, «nos creemos que José María sea capaz de ligar con dieciséis mujeres.
Resulta ridículo». La idea, a Begoña, una de las hijas, le dá hasta risa, y lo dice muy claro: «Yo habría llegado a creer -confiesa- en la lejana posibilidad de que mi padre hubiera tenido un desliz, pero esto de las dieciséis mujeres, me da risa, la verdad». Tan cargado de nietos, en las fotos de Epoca, como de buenas razones para negar su casanovismo, cómo no creerle, si así lo asegura, quien se define como un esteta, para quien una mujer fea es una tara muy grande, y quien descubre su escapulario mariano a Carmen Rigalt (a la vez le descubre a ésta «sus ojos, que parecen rayos láser, y me gusta su...», don José María se embala y Carmen opta por poner su firma y entregar la entrevista). Sólo. tres mujeres hay en su vida, a saber: «la Virgen María, mi madre, que es santa, y mi mujer, que me aguanta». No encuentro a RuizMateos en la encuesta que realiza Tribuna para saber si los españoles prefieren, como el resto de los europeos, el otoño para practicar el sexo. Hay gustos para todos, y cada uno tiene su calvario climatérico o sus días «azules».
Y si a Jesús Gil y Gil la virilidad se le despierta en vacaciones, al resto, desde Umbral («he seducido señoritas en todas las épocas del año») al doctor Cabeza («en este país seguimos jodiendo los mismos y jodidos los de siempre»), no hay calendario que se le atraviese. Y quién nos iba a decir a nosotros, ahora que Angela Molina se separa (exclusiva de Tribuna) y que Marta Sánchez sale con Cayetano Martínez de Irujo (exclusiva de Semana), que la cuesta de enero que se inicia pasado mañana es, por el contrario, el periodo de mayor actividad sexual de los españoles. Que lo dice, estadísticas ginecológicas en la mano, el doctor Cabeza: desde el 15 de enero al 28 de febrero. Ni más ni menos. Como si fuera el periodo de temporada de caza. Y además el sexo es más barato y más asequible que una buena montería. Sus y a ello.
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