El aire acondicionado no es sano

El ruido podría parecer, en efecto, la amenaza más brutal para este verano, pero toda vez que quien más quien menos está ya teniente, y que, en definitiva, Madrid está poblado por seres estruendosos y por máquinas horrísonas durante todo el año (aunque el zepelín que da la murga a la hora de la siesta es una novedad), no sería descabellado considerar que el verdadero enemigo público número uno del presente ejercicio estival es, me apuesto un brazo, el aire acondicionado. 

El ser humano, en su compulsivo afán por complicarse y amargarse la vida con artefactos diabólicos, inventó un buen día el aire acondicionado, pero menos mal que antes había inventado las cataplasmas, y la penicilina, y el vics-vaporub, porque, si no, hubiera sido su último invento. 

Porque no existe cosa alguna, ni el avión, ni el automóvil, ni el misil tierra-aire, ni el programa «iAy, que calor!», ni la silla eléctrica, ni la selectividad, ni los viajes en grupo, ni los suplementos de verano de los periódicos, ni nada, tan siniestro, tan perjudicial como el aire acondicionado. El aire acondicionado (acondicionado para provocar disneas, pulmonías y migrañas a las personas) tiene, no puede negarse, una curiosa función, la de congelar a la gente en pleno agosto. 

Tanta originalidad, sin embargo, no explica el éxito general obtenido por el invento, y mucho menos la pasividad de las autoridades policiales, que no arrestan inmediatamente a algunos de sus instaladores y los ponen a disposición judicial. Una cosa es buscar el fresco, utopía que en el tórrido verano madrileño sólo se atisba bajo una buena sombra o a base de continuos tientos al botijo, y otra, muy distinta, buscar en la cafetería, en la tienda o en el lugar de trabajo el crudo invierno. Porque aunque a lo mejor existen personas tan singulares que les gusta el frío, eso no quiere decir que no usen abrigo, y jerseys gordos, y manoplas, y camisetas de felpa y verdugos de lana cuando arrecia el viruge, pero a ver cómo demonios se pone uno todo eso cuando transita por las calles abrasadas de un aire acondicionado a otro. 

Cuando llegue septiembre y se haga el estadillo de las bajas habidas durante el verano, aparecerán, con toda seguridad, las habidas a causa del tráfico, de los hongos de las playas y de la salmonella, pero nadie dirá ni pío de las víctimas del maldito aire acondicionado. Ni los periódicos dirán fallecieron tantos contribuyentes a causa del terrible aparato, ni en las lápidas de los camposantos se inscribirá murió víctima del aire acondicionado, ni se abrirá investigación alguna para aclarar una mortandad tan vasta e inclasificable. Pero todos sabremos que a fulanito, y a menganito, y a zutanita, les traspasó un aire de navajas de hielo, que les mordió el invierno cuando menos lo esperaban.

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