Islandia y sus fascinantes paisajes
Tiene el doble de ovejas que de habitantes (traducción:
600.000 frente a 300.000), la mayor densidad de teléfonos móviles por cabeza
del planeta (y de bebedores de Coca-Cola), hasta trece Papás Noel,.
Un banco de
información genética con los datos de todos sus habitantes, un listín
telefónico que va por nombres (no apellidos) y, perdón por la ordinariez, el
único museo del pene sobre la faz de la Tierra. Tal cual.
Si esto último le ha despistado, aquí van algunos datos más
sobre este país: se come tranquilamente carne de tiburón podrido —aparte de
mucho salmón y mucho bacalao—, su capital es la que más al norte está del globo
(Reikiavik) y la megaerupción de un volcán de cuyo nombre nadie intenta
acordarse —y mucho menos, pronunciar; por si acaso, es éste:
Eyjafjallajökull—
puso patas arriba el espacio aéreo del mundo entero en 2010. Se cancelaron más
de 20.000 vuelos durante los días que duró la broma.
La última pista: Julio Verne lo eligió para localizar su
Viaje al centro de la Tierra. Sitio exacto: el volcán Snæfellsjökull, por donde
los protagonistas de la novela acceden a las entrañas del planeta. Sí, hablamos
de Islandia, la enigmática, salvaje y bella isla de 103.000 kilómetros
cuadrados (la extensión de Andalucía) suspendida en el Atlántico.
Allí donde
casi se pega con el Círculo Polar Ártico. Cuatro horas de avión desde España.
Los adjetivos que se suelen referir a ella tienen que ver con su descomunal (el
primer epíteto y el más repetido desde que se pisa su suelo) naturaleza,
tapizada de glaciares, fiordos, cascadas, lagunas, montañas, volcanes,
géiseres...
Un espectáculo supremo al aire libre imposible de palpar en
otro destino del hemisferio norte, con espectro lunático incluido que se deja
caer por algunos tramos de la carretera 1, esa que circunda la isla a través de
rectas eternas que pueden pasar de la nada más absoluta y polvorienta a
fumarolas improvisadas, praderas estampadas en verde o lagos helados azul
turquesa.
Porque todo aquí es inmenso, superlativo, intimidatorio (para bien,
para muy bien), hermoso, raro, genial.Que si la cascada más caudalosa de Europa
(Dettifoss, donde, por cierto, Ridley Scott grabó la primera secuencia de su
Prometheus, la precuela de Alien), que si el glaciar más grande (Vatnajökull:
8.100 kilómetros cuadrados), que si la mayor concentración de volcanes (200
acumula la isla), que si el géiser más bestial...
Por algo el nombre internacional de este fenómeno natural
que ocupa el 11 por ciento del territorio nacional viene de uno de aquí,
Geysir. En su área geotermal emana el surtidor natural Strokkur, que cada cinco
o diez minutos (más o menos; está medio cronometrado) ruge con tanta rabia que
llega a soltar un chorro de agua hirviendo de casi treinta metros de altura.
Y
cuando decimos hirviendo decimos entre 80ºC y 100ºC. Puede ver al Strokkur en
la foto de la última página del reportaje. Y también a las decenas de viajeros
que se arremolinan alrededor en modo foto para captar la mejor de las caras del
surtidor. Lo malo es cuando le da por explotar antes de lo previsto (que suele
pasar) y adiós fotón.
Si lo de los 100ºC le ha echado para atrás, sepa que puede
darse un baño en la Laguna Azul, cerca de la capital y cuyas aguas termales
están a entre 35ºC y 40ºC. Mucho más llevaderos...
Ya puestos, no deje pasar la
oportunidad de marcarse un buen peeling facial a base de sus barros de sílice,
algas e ingredientes salinos. Se lo puede dar usted mismo en un área habilitada
para ello: coge un puñado de barro, se lo extiende bien por la cara y deja que
actúe cinco minutos. Luego se retira con el agua de la laguna y listo: la piel
como la de un bebé.
Si no acaba de convencerle el invento, sepa que la isla
cuenta con otras 120 piscinas naturales de este tipo. De hecho, su visita es
una de las actividades más habituales de los islandeses, que casi lo perciben
como un acto de vida social. Van a charlar y a airearse antes de ir a trabajar,
cuando acaban, durante el rato del almuerzo, el fin de semana, solos, en
pareja, con los niños...
La fascinación de Borges
De tanta zona termal y géiser llega el agua caliente
(geotérmica y totalmente gratuita) a cada casa. Con un ligero tufillo a sulfuro
al abrir el grifo, no lo vamos a negar, pero se va en nada. Y lo mejor, no
queda ni rastro en el paladar. Todo lo contrario, el agua de aquí se cuenta
entre las más puras del mundo.
Suponemos que el escritor Jorge Luis Borges la probó. Lo que
dudamos es que retozara en alguno de esos centros termales.
Sí está claro que
este pedazo de paraíso natural le cautivó desde aquella mañana en que su padre
"le dio al niño que he sido y que no ha muerto / una versión de la
Völsunga Saga [crónicas literarias medievales sobre el poblamiento de la isla
entre los siglos X y XI] / ahora está descifrando mi penumbra / con la ayuda
del lento diccionario". Lo contó así el argentino en su poema A Islandia.
Su empeño en descubrir el complicado idioma original
("el latín del Norte" decía) no cesó nunca por considerarla una
lengua madre y por admirar el uso de metáforas en vez de simples sustantivos
para denominar una cosa. Como ejemplo, los islandeses llaman al mar abierto
"camino de la ballena" y a Reikiavik "bahía de humo" por
las aguas termales que rodean sin apuros la ciudad.
Y más de lo mismo con el
propio topónimo de Islandia, "la tierra del hielo". Cuando Borges
puso un pie en ella confirmó todas las ensoñaciones que lo deslumbraban desde
crío, empezando por esos páramos infinitos de inspiración lunar (o de Marte o
más allá) sembrados hasta arriba de alfombras de azufre... ¿Dónde si no se
atreverían a practicar simulacros los tripulantes del Apolo XII? Pues aquí.
Igual de extraterrestres resultan los acantilados que se
precipitan sobre la playa negra de Vik, al sur de la isla y uno de sus paisajes
más inquietantes. En él se hace fuerte aquello de que esto es otro mundo. O el
fin del mundo. Por si fuera poco, a pie de mar Atlántico se levantan unas
imponentes columnas naturales de basalto en forma de hexágono, carne de selfie
encaramado alegremente en ellas.
Si quiere empaparse de la vida de un típico pueblo islandés,
a un paso está la aldea de Vik (350 habitantes), con sus características
casitas de chapa de colores llamativos y su picuda iglesia en rojo y blanco
plantada en lo alto de una colina. Buena parte de las guías de viajes sobre la
isla la rescatan en sus portadas. Fotogénica es un rato...
Otras se decantan por el volcán Snæfellsjökull, el de Julio
Verne, pero también el que eligieron los productores de la serie Juego de
Tronos para rodar las escenas que se desarrollan Más Allá del Muro.
Espectacular como pocos, se sitúa en el parque nacional homónimo, al oeste de
la isla. Islandia tiene otros dos: el Vatnajökull, el más grande de Europa, con
12.000 kilómetros cuadrados, y el de Thingvellir, a 45 kilómetros de Reikiavik,
en el sureste, y el mejor lugar para comprobar con tus propios ojos cómo es la
Dorsal Atlántica que separa las placas tectónicas de Norteamérica y Eurasia.
Está justo ahí. Con la separación de los océanos llegó la consecución de
Islandia, este insólito recodo que divide el mundo concebido a base de hielo,
fuego y vikingos.
Estos fueron sus primeros colonizadores, procedentes de
Noruega, allá por el siglo IX. No en vano, Islandia fue el último país europeo
en ser poblado. Eso no quita para que tenga en su haber el primer Parlamento
del mundo, el Alþing, creado por los jefes vikingos en 874 en la misma zona de
Thingvellir.
Se trata de uno de los pocos enclaves de la isla donde, hoy en
día, los turistas aparecen en masa, con autocares y guías con paraguas en alto
de por medio. Aun así, poco queda ya de aquella mítica Asamblea: sólo una
explanada elevada rodeada de una escalinata de madera que te conduce hacia el
lugar de la ruptura de las plazas tectónicas.
Tras el dominio noruego vendrían los daneses, que se
mantuvieron hasta 1918, cuando Islandia logra la autonomía, válida sólo hasta
1943. Entonces llegó la II Guerra Mundial y la ocupación de Dinamarca.
Primera
conclusión: que no se pudieron renegociar las condiciones. Segunda: el Gobierno
islandés decide cortar por lo sano con sus antiguos señores (que llegaron a
tener un Ministerio de Asuntos Islandeses) y declara la República.
De hecho, la etapa de dominio danés fue la peor vivida en la
historia de la isla, tanto económica como socialmente, con capítulos de
hambruna y falta de entendimiento total.
He aquí un ejemplo de que los de
Copenhague no eran precisamente colegas: Islandia prohibió en 1915 el consumo
de alcohol y, especialmente de cerveza, por considerar que representaba el modo
de vida danés, hasta el punto de considerar esta última bebida
"antipatriótica". El vino se legalizaría a los 10 años por presiones
españolas entre otras cosas, ya que, hasta que se impuso la normativa,
exportábamos con mucha alegría al Norte.
Prohibido beber cerveza
La cerveza, en cambio, no fue lícita hasta 1989. Calma, que
ahora la puede conseguir en todas partes. Eso sí, al módico precio de ocho o 10
euros en cualquier bar de Reikiavik, donde se concentra el 60% de la población
del país, 170.000 habitantes (el interior está deshabitado).
La más popular es
la Gull ("oro" en islandés). Hasta tal punto aman ahora el líquido
elemento que el 1 de marzo celebran el Día de la Cerveza. Suponemos que para
resarcirse de tantos años de prohibición etílica: 74.
La marcha nocturna de la capital es una de sus señas de
identidad, además de ejercer de nuevo catalizador de tendencias de moda y de
diseño nórdico a nivel europeo e incluso internacional. Como muestra está la
nutrida lista de restaurantes de vanguardia, cafés con encanto y clubs de todo
tipo que salpican sus calles, ya sea para bailar salsa, escuchar heavy metal o
conciertos de jazz.
Basta dar una vuelta cualquier viernes o sábado noche por
las calles de Laugavegur o Hvefisgata para catar el ambiente. En algunos de sus
locales hizo sus pinitos Björk, la cantante local más famosa. Su nombre, como
apunte, significa "abedul".
Además, la marcha comienza razonablemente tarde para
tratarse del norte, sobre todo si estamos en verano, cuando la luz natural (o
sol de medianoche) hace acto de presencia casi durante todo el día. Los
inviernos, en cambio, son duros: amanece a las 11 y a las tres de la tarde
(depende de la zona; cuanto más al norte, menos luz) ya es de noche.
Por no
hablar de las temperaturas, que llegan a los -20 grados. Eso sí, no es mal
momento para observar auroras boreales y cada vez tiene más adeptos entre
quienes apuestan por deportes de nieve.
Aun así, la mejor época para visitar Islandia comienza
ahora, en junio, cuando se rondan los 16 grados, aunque la temperatura puede
variar en el mismo día desde los 8 a los 21, así que lo mejor es vestir cual
alcachofa, es decir, con sucesivas capas de ropa, e ir desprendiéndose de ellas
en función del termómetro.
Los récords mundiales
Sea como sea, el tiempo no impide que los islandeses
disfruten de una vida social más que interesante. Pese a los precios incluso.
Nota importante: por el coste de las cervezas habrá notado que no es un destino
precisamente barato.
De ahí que su renta per cápita sea de las más altas del
mundo: 39.500 euros al año. En España, menos de la mitad. Lo de que sean
pudientes hace que entendamos otro récord del país: acaba de ser nombrado el
segundo más feliz del mundo, según Naciones Unidas. El primero es Suiza.
Aquí va otro plus: también figura entre los lugares más
seguros del planeta, con la ínfima cantidad de un homicidio al año (o 0,3 por
cada 100.000 habitantes).
Al menos, es el número registrado por la Policía, que
cuenta con sólo 679 agentes en todo el territorio. No hacen falta más. De
Ejército ni hablamos porque no tiene. Ni tampoco Fuerzas Aéreas.
También tienen la culpa de ese supuesto mundo ideal el nivel
de las las prestaciones sociales que aporta el Estado como la sanidad y la
educación.
De hecho, apenas hay escuelas u hospitales privados porque la
calidad de los públicos es excelente, pese a la crisis que pegó duró en 2008,
ya prácticamente superada. Y hay más madres solteras que en ningún otro lugar.
Algo tendrá que ver el apoyo estatal con el que cuentan... Ya lo decíamos:
cosas de vivir en el segundo país más feliz del mundo.
NATURALEZA.
Islandia supone un espectáculo supremo al aire
libre, con espectro lunático incluido en algunos tramos de la carretera 1, esa
que circunda la isla a través de rectas eternas que pasan de la nada absoluta a
fumarolas, praderas estampadas en verde o lagos helados azul turquesa
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