Los judíos tras los apretones de manos

Tras darse los últimos apretones de manos, los invitados se dispersan en la noche. Son más de las once. Simón Peres y Johan Jórgen Holst suben a una planta superior del edificio. A la una de la madrugada se reúnen con un puñado de personas unidas por el secreto compartido durante siete meses.

A lo largo de ese tiempo, si han comido ha sido de pie y deprisa, a puerta cerrada, en un hotel de Oslo donde han empleado horas y horas en dar los últimos retoques al texto que ahora presentan. En la gran sala de fiestas, de color anaranjado, no es hora ya de negociaciones sino de celebraciones. 

Desde un inmenso cuadro que domina la estancia, dos caballos de tiro, un pastor y su rebaño, asisten, privilegiados, a ese instante. «El Gobierno del Estado de Israel y la delegación palestina están de acuerdo en poner fin a décadas de enfrentamientos y conflictos, reconocer sus derechos legítimos y políticos mutuos, esforzarse por vivir pacíficamente, con dignidad y seguridad, y llegar a un acuerdo de paz justo, total y duradero, así como a una reconciliación histórica».

Así comienza el texto. Una declaración de principios que equivale a todo el histórico proyecto de acuerdo, redactado en diecisiete artículos, que establece la autonomía de la franja de Gaza y de la ciudad de Jericó. Peres y Ahmed Krayy, director del departamento económico de la OLP, que llevaba siete mesesnegociando en la sombra en representación de Yasir Arafat, se reúnen con los demás en la sala de fiestas. ¡Champán! Los dos miembros del equipo de Krayy se codean con los «blue blazers» -los hombres de Peres, reconocibles por su aspecto de tecnócratas, sus americanas azul marino y sus gafas- Uri Savir, director general del Ministerio de Exteriores, y Yoel Zinger, consejero jurídico.

No disimulan su orgullo, conscientes de que todo ha sido posible gracias a ellos. También están presentes el ministro Holst y su esposa Marianne Heiberg, el secretario de Estado, Jan Egeland, y los profesores Terje Roed Larsen, director del Instituto Noruego de Ciencias Sociales Aplicadas (FAFO), y Yair Hirschfeld, profesor de Historia de Oriente Medio en la universidad de Haifa. Estos dos últimos fueron las dos piezas claves de todo el proceso. Todavía les quedan unos días para saborear y guardar el secreto de la aventura compartida. Desde Damasco a París, desde Moscú a Ammán, nadie sabe que se encuentran allí reunidos.

El camino hacia Oslo se labró durante 1991 y 1992, cuando al menos cuatro delegaciones de la OLP piden a los laboristas noruegos que les ayuden a «entablar relaciones» con Israel. El Gobierno de Oslo acepta enseguida su papel de «mensajero». La idea de crear un «canal secreto» para las negociaciones cobra entidad en la primavera de 1992, en círculos en principio sólo académicos. El primer hombre clave es Terje Roed Larsen. Pasada la cuarentena, Larsen dirige el Instituto de investigaciones FAFO. Su puesto le lleva a multiplicar sus contactos con israelíes y palestinos. En mayo se reúne con el diputado laborista Yossi Beilin, que pasa por ser el hijo espiritual de Simón Peres. En esa época conoce también, en Oslo, al que se convertirá en segundo hombre clave, Ahmed Krayy, miembro del comité ejecutivo de la OLP, responsable del departamento económico.

La OLP lanza una clara señal: no se opone a establecer negociaciones indirectas con delegados israelíes Sabedor de que Larsen se halla bien introducido entre las «palomas» israelíes -partidarios del diálogo con los palestinos, Krayy le envía las primeras señales: la OLP no se opondría a la idea de entablar contactos indirectos con Israel. «En ese momento -recuerda Larsen- aquello no me parecía nada realista. Aun así, hablé con Beilin, quien sólo se mostró interesado en un diálogo discreto con los palestinos del interior». En junio de 1992, la victoria laborista en las elecciones de Israel establece un nuevo panorama. Isaac Rabin toma las riendas del poder y promete sacar en seis meses las conversaciones de paz del atolladero en que se encontraban.

El joven cachorro Yossi Beilin se convierte en adjunto de Peres, e invita a Larsen a frecuentar a un profesor de Historia a quien ya conoce, Yair Hirschfeld. Interlocutor menosexpuesto, el profesor, tercer hombre clave en las negociaciones, entra en escena. Hirschfeld, de 42 años y con frondosa barba, abandonó su Nueva Zelanda natal a finales de los sesenta para trasladarse a la tierra prometida. De simpatías laboristas, tiene gran influencia en el círculo que gravita en torno a Peres. La OLP insiste. Krayy comunica en diciembre al noruego Larsen que si Israel quisiera atender a la OLP, ésta no le decepcionaría. «No es un juego», subraya.

Larsen fue más allá: la «misión» de Noruega se trazó secretamente en su presencia en una habitación del hotel Hilton de Tel Aviv, tres meses antes, en presencia del secretario de Estado, Jan Egeland. Este último cuenta que había llegado a dos «pactos» con Beilin y Hirschfeld: Noruega organizará encuentros secretos entre israelíes y palestinos para intentar superar el callejón sin salida del proceso de paz de Washington. Sin embargo, no deberá haber de momento contactos directos entre altos cargos israelíes y palestinos. Gracias a ese acuerdo, Larsenorganiza un desayuno decisivo en diciembre de 1992, en el hotel londinense de Forte Crest. Tras una entrevista con Hirschfeld, Larsen se retira. Krayy se sienta enfrente del profesor israelí. Aunque no ha hablado nunca con él, Hirschfeld conoce ya a Krayy por su activa labor diplomática. El profesor no es capaz de dar respuesta a su interlocutor.

Escucha y transmite. La luz verde de los israelíes a las negociaciones secretas con la OLP -bajo el débil sol de Noruegallegará poco después. En el primer encuentro, que tiene lugar del 20 al 22 de enero de 1993, los noruegos mimaron a sus invitados secretos. Larsen consiguió que un amigo suyo le prestase su granja de Borregaard, una casona del siglo XIX, repleta de muebles y viejos objetos de madera pintada con los colores oscuros a los que tan dados son los noruegos.

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