Matando corderos y cabritos

No era bello, demasiado pálido, demasiado delgado. Fuera de su intensa mirada hebraica, no tenía nada que pudiera hacerle volver la cabeza a una mujer. 

Pero la emoción que lo anegaba lo volvía conmovedor. Ese joven cuyo oficio era la cerámica, la arcilla, la tierra madre, respiraba una elegancia religiosa en ese momento. Sara... murmuró.

En su mirada, ella vio, maravillada, una luz que ya era la del amor. Se
sintió acogida por esa mirada. Hubo un instante de palpitante emoción.
Los presentes contenían el aliento. 

Por fin, Sara, sobreponiéndose a suturbación, le concedió su sonrisa a Dan. Un grito de alegría brotó de todas las gargantas. Los aldeanos arrojaron granos delante de los esposos para
propiciar su fecundidad. Fue quebrado un jarro que contenía esencia de nardo.

Entre el jolgorio, hombres y mujeres, reunidos en pequeños grupos,
se sentaron en torno a las fuentes circulares que contenían los manjares del festín.
Para la ocasión se habían matado varios corderos y cabritos. 

Las mujeres habían hecho abundantes coronas de trigo candeal, pasteles,
panes de dátiles y de higos. Habían llenado de un vino oscuro, de aroma
embriagador, varios jarros de los que los hombres bebían grandes tragos.

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