En un parque cualquiera

En un parque de Cádiz, parece que cierta izquierda gamberra ha linchado en piedra a don José María Pemán, o sea el busto, porque en España ha funcionado siempre la ley del juez Lynch con igual afición y entusiasmo que en el lejano Oeste, con la variante, a veces, del linchamiento retrospectivo, que es una cosa que también nos distrae mucho. Por ejemplo, el honorable Tarradellas , desde el otro mundo, viene ahora, como el padre de Hamlet, diciendo que algo huele a podrido en Cataluña y que ese algo es Jordi Pujol, o sea linchamiento póstumo.

El honorable, en sus memorias, que salen ahora, llama «hipócrita y ambicioso» al otro honorable, y cuenta cómo Pujol quiso impedir que él regresase a Cataluña, o sea lincharle políticamente cuando al fin terminaba su exilio. En el yoclaudio de la Banca se habla hoy del posible linchamiento de Pedro Toledo , aprovechando un viaje suyo a un país del Tercer Mundo, de donde volvió, dicen, ya con la cabeza en la mano. Cuando la última carlistada, o sea la del 36, unos lincharon a García Lorca y otros lincharon, también en piedra, como Pemán, al Corazón de Jesús del Cerro de los Angeles. Váyase lo uno por lo otro. Habla Octavio Paz de que la gran tentación del Poder es la geometría. (Serra ha linchado a Martínez Inglés).

Ya Borges explicó «la peligrosa simetría del tigre». Por simetría con lo de Pemán, hay quienes están queriendo linchar a Rafael Alberti, también gaditano y poeta, por algunas declaraciones al vuelo, olvidando o queriendo olvidar que en Alberti se linchan varias cabezas con gola a la vez: Góngora, Quevedo y Garcilaso (que también fueron aseadamente linchados en su siglo, o se lincharon entre ellos).

En plena orgía navideña de los linchamientos, anoche hemos linchado en la sala Hanoi, que es la que está de moda, a don Carlos Marx, con el lanzamiento de los relojes Soviet, que llevan la estrella roja y se fabrican ya en Estados Unidos. Es como llevar una bomba de relojería en la muñeca. Arana Stilianopoulos, Pitita Ridruejo, la duquesa de Sevilla, Astolfi sin caballo, la princesa Smilja, Jaime Ostos y señora, Pepe Navarro, el modisto Alvarado, Mike, Julito Ayesa y Melote, el elegante charlatán de los relojes, nos impusimos la formidable y espantosa máquina unos a otros. Mientras el Este ha tirado el muro para venirse a comprar a «El Corte Inglés», resulta que nosotros hemos decapitado a Marx para poner de moda los relojes rusos, que yo ya conocía por uno que le trajo Pasionaria al cura Llanos.

Quien , después de cuarenta años, ha ganado la guerra fría, es Alfonso Escámez, que ya tiene negocios en Moscú, y chorizos Campofrío. Hemos linchado a Marx, Lenin y Stalin para volver al trueque y la permuta de los tristes trópicos de Levi-Strauss . Mientras Mariano Rubio dice que hay que parar el carro o carroza de plomo candente (la economía se ha recalentado) del consumo, los austeros países del Este linchan a sus dioses y momias para venirse de compras a la planta regalos/planta pijadas, porque ya no quieren ser los parias de la tierra ni la clase depositaria de la Historia ni los orfeones de La Internacional, sino que, sencilamente, quieren ser consumidores.

Fukuyama dice que esto es «el fin de la Historia», pero no es más que el linchamiento milenarista de los viejos dioses. Hasta han linchado democráticamente a Pinochet. El linchamiento de Camilo José Cela principió el mismo día que se supo lo del Nobel y todavía no ha terminado. Aquí en España es mucha costumbre linchar a nuestros Nobel: Echegaray «viejo idiota», Benavente «maricón», Juan Ramón Jiménez «cursi», Cela «fascista», y en este plan. Pero a don José María, que no fué Nobel (aunque cerca le anduvo), y que además está en piedra, y que tampoco era ningún etarra de derechas, podían haberle respetado, digo yo, no sé, uno es que ya no sabe.

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