Ahora las chicas son raperas
Siete años lleva calentando el trono, siete años capeando el temporal de estrellas fugaces del planeta rap, sección femenina. Dana Owens, más conocida como Queen Lattifah, la reina indiscutible del «hip hop», se resiste férreamente a dejar sucesora. Pero en el horizonte despunta ya una pléyade de «princesas» que están empezando a hacerle sombra.
La última aspirante se llama Aaliyah, está en plena y bien llevada adolescencia y vive en los suburbios de Detroit. Allí la descubrió el productor R. Kelly.
El título lo dice todo: la edad no es más que un número, y Aaliyah, que guarda celosamente sus años, sueña con sobrevivir más allá de los veinte, barrera fatídica para cualquier aspirante a estrella de rap. Su primer disco rebosa «soul» y sonido Motown, pero la chica apunta ya buenas maneras en su vertiente de rapera (Throw your hand up) y confía en poder seguir bien pronto los pasos de su controvertido ídolo, Tupac Shakur, recién condenado a cuatro años de prisión por violar a una de su fans.
El título lo dice todo: la edad no es más que un número, y Aaliyah, que guarda celosamente sus años, sueña con sobrevivir más allá de los veinte, barrera fatídica para cualquier aspirante a estrella de rap. Su primer disco rebosa «soul» y sonido Motown, pero la chica apunta ya buenas maneras en su vertiente de rapera (Throw your hand up) y confía en poder seguir bien pronto los pasos de su controvertido ídolo, Tupac Shakur, recién condenado a cuatro años de prisión por violar a una de su fans.
El estreno de Aaliyah coincide con el regreso triunfal de otra aspirante a «diva» del rap-soul. Mary J. Blige, superado ya el mal trago del éxito, acaba de entrar en las listas de superventas con su segundo elepé, My life.
El caso de Mary «Yei», hundida durante tres años en el fango después conseguir el doble disco de platino con What/s the 411?, es bastante emblemático de cómo se las gasta el mundillo del rap, machista como pocos. «He aprendido que en este ambiente totalmente dominado por los hombres, a una mujer le cortan la cabeza al menor asomo de debilidad», se justifica. Y es que a la chica la traicionaron en su día los excesos etílicos y sus aires de desmedida grandeza; le va a costar lo suyo remontar la carrera.
En la misma línea blanda, nos topamos con las TLC, versión adolescente y descafeinada de las inimitables Salt' N Pepa, y con «Miss» Tarsha Jones, la musa de Hot 97 FM, la emisora que ha resucitado en Nueva York la pasión por el hip hop.
En otro de los múltiples satélites del planeta rap, el «acid jazz», ha vuelto a emerger con fuerza el nombre de Carleen Anderson. La ex cantante de los Young Disciples tiene disco nuevo bajo el brazo (True Spirit) y se mueve como un pez escurridizo en las cada vez más frecuentes fiestas «jazid» de la noche neoyorquina.
Su principal rival, hoy por hoy, responde al nombre de Joi y acaba de colgar el cartel de no hay entradas en la emblemática Knitting Factory. Joi, dicen los críticos, tiene la voz y la imagen para convertirse en algo así como la Sade de los noventa (con una impronta más bailonga y cercana a la filosofía del hip hop). Sus actuaciones son detonantes bombas erótico-musicales.
Otra voz personalísima e inconfundible es la Dana Bryant, estrecha colaboradora de uno de los principales artífices del jazz para la pista, Ronny Jordan.
La voz de nueva generación se llama Mecca, veinte añitos, rapera de lujo de los Digable Planets. Con un Grammy bajo el brazo, fiel de momento al espíritu del grupo, Mecca no descarta embarcarse en un futuro en aventuras solitarias.
En la misma esfera, buceando desde hace cinco años en las turbulentas aguas del jazz-rap, nos encontramos con Me/Shell NdegéOcell, más empeñada que nunca en recuperar sus raíces: «La única alternativa que conozco al hip-hop es el silencio de los muertos».
Me/Shell es al mundo del rap lo que Melisa Etheridge al rock: el símbolo del feminismo militante. «Libre como un pájaro» es su seña de identidad; sus temas son muchas veces alegatos antimachistas y están llenos de referencias homosexuales.
Desde una postura radicalmente opuesta, Hoez with attitude (Putas con pose), que se visten en plan leopardo-cuero y reivindican el derecho a hacer esquina.
En el «rap» de la pista, donde siguen siendo intratables las Salt-N-Pepa, continúan probando suerte todos los años grupos de niñatas como las One of The Girls. De momento, la única alternativa válida parece venir por el lado del reggae, con figuras como la exótica Patra -la reina del «dancehall» y la simpática Sister Carol, también conocida como la «Cenicienta negra».
Punto y final: el rap-house latino. Apunten este nombre: La India. En su primer disco se dedica a hacer salsa empalagosa; en directo es una bomba programada para el baile por su marido, el visionario «Little» Loui Vega.
Antes de que surgiera esta explosión de rap femenino que todo lo invade, hubo otras chicas que se decidieron en su momento, cuando el rap estaba aún en pañales, a copar su parcela dentro del machista mundo del hip-hop. Algunos nombres fueron el de la sueca Neneh Cherry -la cual ha vuelto a estar este año en las listas de éxito internacionales gracias a su disco con Youssou N'Dour- o, en España, Sweet. Chicas que cantaban temas dulces, con un mínimo de denuncia, en contraste con la agresividad que entonces gastaban los raperos y que con el tiempo han abandonado el rapeo, para pasarse a melodías más clásicas.
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