A Corcuera le afecta el terrorismo

A los quince años ¿quién no dejó su cuerpo abrazar (copyright: Mari Trini; una que fue)? ¿Quién a los veinte años no corrió, en el tardofranquismo, delante de un gris? De abrazos se nos pasó hablar; de grises, sí, un poco.. Que Agustín Valladolid, en su mocedad, corrió algo, no demasiado (que no quiere ponerse medallas, que no se merece, que no quiere exhibir magulladuras, que no tuvo), pero esto es agua pasada, que no fluye entre las maderas nobles de su despacho de Castellana 5, en donde Valladolid, periodista, de Madrid, del 56, quema muchas horas del día como Exc. Sr. Director General de la Oficina de Relaciones Informativas y Sociales del Ministerio de Interior. Para entendernos, el apagafuegos de Corcuera. 

Cuando Agustín Valladolid tenía 17 años y se metió, a través de un amigo, en Arriba (todavía yugo y flechas, pero cantera de estupendos escritores de periódicos, y es que la derecha no ágrafa siempre ha escrito muy bien) de confeccionador, es de suponer que el (futuro) ministro Corcuera andaría arrimando el hombro, en el lado honrado y socialista del Nervión. Valladolid recuerda como una etapa muy apasionante aquella que vivió, en su mocedad, en un periódico como aquél (a mí, los domingos, un kiosquero cómplice me lo entregaba disimularlo en papel de regalo, que qué entrevistas hacía Pedro Rodríguez, primer dinamitero del corsé tipográfico, al que tanto se le ha imitado después; a gente de provecho, claro, a don Jesús Suevos, a don Jesús Fueyo/después de Franco, las instituciones, y a otros prohombres como así), -un periódico que empezó él mismo a hacerse el harakiri político, a abrirse poco a poco a la imparable pluralidad. «Fue una etapa apasionante», dice Valladolid (sin disimular curriculum, y no como algún otro que vivió su entrega en Arriba corno una nebulosa difícil de recordar), «y además Arriba era un nido de rojos» (y el crítico taurino de estos papeles, por ejemplo, no dirá que no). 

A la vez que trabajaba, estudiaba Periodismo en la Facultad y se iniciaba, de cronista político, pilotando las procelosas aguas de la sopa de letras, de la convención de siglas del primer despegue democrático. De Arriba pasó a El Imparcial, al primero, al de Emilio Romero, y con él vivió la apasionante aventura de sacar un periódico. Estuvo en Economía y cuando Emilio Romero cayó, se fue también, a servir a la patria, que las prórrogas se habían acabado. Regresó y se encontró con que Arriba estaba cerrado y él pasó (como tantos otros) de la Prensa del Movimiento a los servicios informativos del Estado. A la Secretaría de Estado de Información, en la que mandaba entonces Josep Meliá. Aprendió mucho, dice, de la Administración, fue aquella, dice, una experiencia que le gustó; aquellas noches en Moncloa, formando parte de los «panaderos», preparando como el repartidor de bimbo, el pan fresco en el que untaban, a primera hora, desde Suárez (Suárez leía y comía poco, que era frugal) para abajo. 

Pero a Valladolid le tiraba el periodismo activo, la información política desde el otro lado y entró en el suplemento Tiempo (que luego sería la revista) de Interviú, con Julián Lago y Fermín Bocos; de ahí pasó como redactorjefe a la Agencia OTR, para acabar, con veintitantos años, dirigiendo Actual, un semanario que no cuajó. Cansado de la información política en sentido estricto, empezó a interesarse por temas de terrorismo y seguridad y fue entonces cuando el equipo formado por Rafael Vera, Rodríguez Colorado y Luis Roldán le llamó para asesorar en temas informativos a la Dirección General de Seguridad y allí estaba cuando Corcuera, aquel sindicalista de la orilla honrada y socialista del Nervión, fue nombrado ministro de Interior y le encargó que creara esta Dirección de Relaciones Informativas, que se ocupa de muchas cosas, aunque lo más llamativo sea el terrorismo. Interior, dice Valladolid, es el bombero del Estado y él, supongo yo, es el apagafuegos de Corcuera. Supongo también que no es fácil su vida profesional (tampoco la personal, «hay que asistir a un funeral por una víctima del terrorismo, para saber lo que es eso»). 

De su trabajo profesional, tras cinco años («creo que me han afectado; tengo 35 años, pero pienso que tengo realmente más»), no tiene queja; considera que sus colegas, desde el director del periódico al último redactor relacionado con el tema, aceptan que en este terreno se debe ser primero ciudadano y después periodista. «De Interior se acaba siempre sabiéndolo todo; mi única misión no es desmentir las cosas, enmascarar la situación, sino pedir, si es el caso, que se posponga unos días la publicación de una noticia, porque puede afectar a la operación policial en marcha». 

Valladolid, que acabará volviendo al ejercicio activo, cree que sus colegas entienden esto y que, por tanto, no tiene básicamente ninguna queja que hacer. «En materia de terrorismo, hay un total entendimiento entre unos y otros». Y queda Corcuera, «Corcuera, qué», pues eso, que Corcuera, «pues Corcuera, bien, mi experiencia con él se puede resumir en una frase: es un hombre que sabe escuchar, y eso es una cualidad». Lo dice él y yo (aunque en estos momentos no recuerdo bien cuál es la línea editorial de este periódico en esa cuestión) le creo.

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