Transplantes faciales que causan terror

La donante tenía 38 años y se suicidó. La receptora tiene 38 años y estuvo a punto de hacerlo. He aquí los pormenores más escabrosos que rodean la noticia del primer trasplante facial de la Historia.

Hasta ayer predominaba la ambigüedad y el hermetismo, pero la falta de transparencia ha terminado cediendo al principio de la curiosidad universal. Empezando por el descubrimiento de la identidad de la mujer que reposa en el hospital de Amiens con la experiencia de nuevo rostro. Se llama Isabelle Dinoire y ha roto la disciplina del silencio para congratularse con la familia de la donante: «Estoy profundamente agradecida por todo lo que han hecho. 

Mi vida va a seguir gracias a la persona de quien he recibido los órganos. La llevaré siempre en lo más profundo de mi corazón», señalaba Isabelle Dinoire, cumplidos a rajatabla los primeros siete días de convalecencia y de asimilación.

La paciente comienza a familiarizarse con su nueva imagen y se ha mirado al espejo «satisfactoriamente», pero todavía ignora la trágica historia de la donante.

Es una mujer de su misma edad que decidió ahorcarse y que fue hospitalizada en situación de muerte cerebral hace aproximadamente 15 días. El doble contratiempo favoreció la operación quirúrgica de Isabelle Dinoire, sobre todo porque el complejísimo trasplante de mentón, labios y nariz tenía que provenir de un donante biológicamente vivo, sin duda para garantizar la buena salud de los tejidos y de los órganos. De hecho, la donante fue sometida en vida a una traqueotomía preparatoria. Después se le despojó de la máscara facial y le fue sustituida por otra de silicona para adecentar el rostro camino del ataúd.

¿Cuándo murió realmente? ¿Cuáles fueron las razones? Los médicos responsables del trasplante han reaccionado con evasivas. Sólo sabemos que estaba biológicamente viva antes del trasplante y que sus órganos vitales también fueron donados un tiempo impreciso después de realizarse la primera operación.

En todo caso, sorprenden extraordinariamente los paralelismos entre las dos mujeres protagonistas del hito científico. No sólo por la edad. También porque el profesor Devauchelle, uno de los artífices de la proeza quirúrgica, destacó el «increíble parecido» entre la pigmentación de la piel de la donante y de la receptora.

Una coincidencia estética que se añade a otra más compleja de naturaleza psicológica: el suicidio. Una lo consumó. La otra estuvo a punto de consumarlo. ¿Por qué? El aspecto de la cara nada tiene que ver con el tentativo. Es más, las mordeduras que provocaron la desfiguración del rostro las hizo el perro de Isabelle Dinoire para despertarla del letargo en que se encontraba, precisamente porque habría consumido una sobredosis de pastillas tranquilizantes.

Cierto, los médicos desmintieron el pasado viernes que Isabelle Dinoire intentara quitarse la vida, pero una de sus dos hijas declaró lo contrario a la prensa francesa: «Me consta que mi madre se tomó unas pastillas y quedó completamente inconsciente.Fue entonces cuando nuestro perro trató de reanimarla. No quiso agredirla, sino hacerle reaccionar, tratar de despertarla», decía la hija menor de Isabelle Dinoire.

La paciente, de estado civil soltera, ha admitido que abusó de las pastillas para dormir, pero no ha querido desmentir ni negar que se tratara de un suicidio. Sí ha dicho, paradójicamente, que la tragedia de encontrarse con la cara destruida nunca fue una razón que le impulsara después a quitarse la vida. Al contrario, el contratiempo se convirtió en un estímulo para vivir.

Empezando por erigirse en el primer ser humano de la Historia cuyos mentón, labios y nariz -amén de los tejidos subcutáneos- provenían de otra persona.

La otra persona conserva el anonimato a título póstumo, de acuerdo con el derecho a la privacidad de la ley francesa. También ha sido enterrada con un rostro de silicona. Porque el suyo lo lleva puesto Isabelle Dinoire.

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