A Berlusconi le gustan las mujeres y el buen vivir

No veo claro si en Italia ha ganado el fascismo, la televisión, la televisión fascista o el fascismo televisivo. Ha ganado Berlusconi, que es la televisión, que es un madurito interesante, que tiene una señora muy cachas y que saca en sus quintos canales señoritas con las pantorrillas y todo lo demás en libertad.

¿Es esta clase de libertad la que hoy busca el electorado? Bien pudiera serlo cuando la audiencia, que no es sino una mutación del electorado, sentada en un sofá, vota con el mando a distancia a favor del despelote.

Si dos tetas tiran más que dos carretas quiere decirse, en términos de audiencia política, que la derecha sexy supera a una izquierda embarrada y embarrancada con un instrumental igualitario que no funciona.

En el siglo que viene pasará lo que tenga que pasar -que habrá otras revoluciones, digo yo-, pero, en este que acaba, la derecha ha asumido la cuota suficiente de libertades que la izquierda logró para todos con el sudor de su frente y, en un mundo laico y con derechos elementales garantizados -que, al parecer, el personal no quiere mucho más-, se ha subido al carro de la democracia con un par. Con un par como el de Alessandra Mussolini. O como el de Raffaella Carrá, que, si me voy explicando, viene a ser lo mismo.

En los comienzos de la transición, mis amigas pijas de derechas siempre me decían que las progres eran muy feas, y yo decía que eso era mentira podrida: teníamos a Ana Belén.

Ahora Berlusconi ha ganado las elecciones con su mollar señora y con las chicas del Cacao Maravillao, que son las más votadas por la audiencia, y la izquierda no tiene buen material de esa clase. Que vuelva Ana Belén, que ya tiene programa: «Besos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura».

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