Cuando Hamlet se apellida López

Tarde o temprano José Luis Gómez tenía que demostrar que al pálido príncipe de Dinamarca le faltaba apellidarse como un actor español del siglo XX, nacido en Huelva, educado en Alemania y capaz lo mismo de hacer de chimpancé que del doctor Polidori.

«Uno se vuelve mejor cuando entra en contacto con un personaje de esta altura. Para mí, Hamlet es alguien profundamente puro», reflexiona Gómez. Esta vez tenía problemas con las necesidades del guión, es decir con el arquetipo que suele adjudicarse, a priori, al personaje de Hamlet: la edad de Gómez excede a la del príncipe y su estatura difícilmente puede hacerse pasar por la de un mozo dinamarqués. Además, la color de Gómez, olivácea ella, no palidece ni con polvos de arroz. Pese a todos esos obstáculos, José Luis Gómez logra que el público se olvide de la idea que tenían de Hamlet era casi diametralmente opuesta.

«Tampoco me moría por hacer, en el filo de la edad, un personaje tan distinguido». El año de la muerte de un Hamlet como Laurence Olivier, Gómez mira españolamente la calavera y medita: «Yo no tenía la ambición de hacer Hamlet, porque este país se encarga de cargárselo. No me ha costado diez años, sino muchos más». Tras Hamlet, Gómez se tomará dos semanas de vacaciones y del 31 de enero al 4 de febrero encarnará a otra gran pasión suya: Azaña.

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