La bolsa con habichuelas

Julio Anguita odia los mítines a que obligan las elecciones. Por ello ha recurrido a sus antecendes como profesor y ha hecho una campaña basada, sobre todo, en actos didácticos en los que explica hasta la simplificación términos como inflación o Producto Interior Bruto.

Anguita considera que, como ya hiciera en las elecciones municipales de Córdoba, lo más práctico es renunciar al tono mitinero en favor de la explicación del programa.

El ejemplo más claro es el de uno de sus primeros mítines en elecciones municipales en Córdoba en el que explicó el significado del valor añadido portando una bolsa con habichuelas. Pero, como los alumnos a veces resultan díscolos, el profesor no duda en regañar a sus discípulos, en increparles por lo que hicieron en anteriores consultas y ponerles deberes, exigiéndoles que se lean todos los programas electorales antes de votar. Por ello, los asistentes a sus mítines nunca salen entusiasmados ni encendidos con sus palabras, pero se dan por satisfechos con entender algo de lo que se les dice. 

También rechaza de plano los baños de multitudes y los apretones de manos de sus seguidores y dice preferir perder un voto antes que firmar un autógrafo. Al acabar los mítines se dirige apresuradamente al coche y evita el contacto con sus seguidores, primero por timidez y, segundo, porque considera que ser líder carismático le obligaría a dejar de ser persona y ser siempre fiel a la imagen que de él se fabrican los demás. Esta forma de entender las campañas electorales le lleva a posiciones extremas como la de cabrearse profundamente cuando en el mitin de Alcalá de Henares una niña le entregó un ramo de claveles, por orden directa de un militante del partido. Es mucho más fácil que Anguita pida el voto para el PP a que se lance a actuaciones al uso como lanzar flores a su auditorio o recorrer los mercados.

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