Cuando la Suzuki estaba en España

En la estación Linares-Baeza, línea férrea camino del sur, los trabajadores de Suzuki Santana bloquean el paso del tren en un gesto de desesperación. La Policía carga con porras, pelotas y botes de humo. Desaloja, hiere, detiene y, por la tarde, vuelta a empezar. Los apaleados regresan a la vía por donde pasa el Talgo (el AVE va más allá), y por donde ya no pitan aquellas legendarias máquinas de hierro y vapor que tiraban a duras penas de «El Rápido», «El Expreso», «El Carretas» y «El Correo», los viejos trenes de verdad que antes llevaban a los de Baeza y a los de Linares camino de la emigración.

El jefe de la revuelta de Linares dice en la radio: «El responsable de todo esto tiene nombre y apellido, se llama Felipe González». El jefe de la rebelión sabe lo que dice y lo que se le viene encima a la fábrica y al pueblo, pero desconoce las trampas que sobre sus cabezas se urden en la capital. Como a lo mejor no saben en Linares que la multinacional japonesa inaugura en China, el mayor de los «dragones» orientales del comercio, una nueva planta industrial.

El proyecto de reflotación de Suzuki es papel mojado, pan para hoy, hambre para mañana y para pasado el PER. Tendrán que volver a la aceituna, mangaruna, pan caliente, diecinueve y veinte, en las noches de Capricornio, y a mirar en el casino las partidas de ajedrez. La crisis es enorme y con González, el autor, no tiene solución. Y diga lo que diga el Gobierno no da para más. Los mensajes de optimismo oficiales no se corresponden con la realidad.

Y menos con la que pregona José María Cuevas, el jefe de la falsa patronal, quien afirma que lo que pasa en España es «estructural» y vuelve a repetir lo del despido libre, menos sueldos y menos impuestos. La CEOE está acabada, no ayuda a los empresarios que sería su función. En vez de estudiar a los dragones orientales y a la salvaje competencia europea, el mercado único, Maastricht y la tercera ampliación, se dedica al politiqueo de salón. ¿Para qué sirve la CEOE? Para nada. Además, la patronal, en España, es la banca y pare usted de contar.

Y el centro de operaciones ideológicas, que diría Pepe Borrell -a quien Jordi Pujol quiere, también, amordazar- es el Banco de España, donde Luis Angel Rojo aparece como el autor de la «ponencia marco» del XXXIII Congreso del PSOE. Una convocatoria que se apaña en Moncloa, de espaldas a los delegados entre González y un puñado de oligarcas de los Taifas autonómicos, que han trasladado su poderío local y provinciano al interior del partido. Hasta en esto funciona en el XXXIII Congreso el escalafón de la Administración.

Los delegados del congreso comerán el menú, lista cerrada, lo que les den. Como Javier Solana se ha tragado la limosna de 6.000 toneladas de bacalao cedidas a prorrateo por otros países de la Comunidad. Y como Alfonso Guerra, si no se va, acabará tragando lo que le echen en aras de la «unidad». Y una vez que pacte, y entre con las orejas gachas nunca más podrá rechistar.

Al final, ya lo verán, ni guerristas ni renovadores. La sangre no llegará al rio y el debate ideológico entre el «socialismo utópico» del guerrismo y el «mercado liberal» de Solchaga se fusionarán en un término nuevo y elocuente: el «mercadeo del bienestar». Y todos, aclamando a González, gritarán «¡Viva mi dueño!». Y el grito traerá a la memoria la obra de Valle Inclán. Y si me permiten, de ese libro, un breve remedo y una coplilla que al menos a los de Linares les consolará: «Con la pana en el gabán,/ mucha voz, sin decir nada,/ en la Villa y Corte alcanza/ fama cualquier charlatán».

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