Santos con amor y con sexo

Gracias a un ordenador y a su bíblica paciencia, Eliyahu Rips, un sabio matemático israelí, pretende haber descubierto las claves secretas del destino de la Humanidad en el libro más antiguo y más sagrado del mundo: la Biblia.

Para encontrar este código secreto del Antiguo Testamento, el investigador judío ha empleado más de 20 años y unos ordenadores superpotentes. Pero al final, su esfuerzo se vio recompensado al descubrir el código de la «profecía total». Es decir, con el código descubierto por el sabio israelí la Biblia se transforma en el libro que contiene información no sólo sobre todo lo que ha pasado en la Tierra desde que se escribió, sino también sobre todo lo que ocurrirá en adelante. Y, además, con una precisión total. Desde la conquista del poder por Adolf Hitler hasta el alunizaje del Apolo, pasando por la guerra del Golfo o el reciente asesinato del primer ministro israelí, Isaac Rabin, todo está en la Biblia.

El genial descubrimiento lo dio a conocer en un libro, que acaba de publicarse en Francia, el periodista norteamericano Michael Drosnin. El libro se titula La Biblia: código secreto (editorial Laffont) y, como no podía ser menos, sus aportaciones han captado inmediatamente el interés de los medios de comunicación.

Drosnin es un antiguo periodista de The Washington Post y The Wall Street Journal, dos periódicos serios. Se trata de un profesional avezado y, como buen periodista de investigación, más bien escéptico y nada dado a caer en el misticismo o en el esoterismo. Por eso, una vez que descubrió la existencia del matemático Rips y los resultados de su investigación, pasó cinco años sometiendo los análisis del científico judío al tamiz de los mejores especialistas en cálculo de probabilidades y física cuántica.


Esos cinco años dedicados a la tarea del contraste le han llevado a la conclusión de que los trabajos de Rips son inatacables y que, por lo tanto, debajo de la Biblia hay otra Biblia. Es decir, que el texto hebreo del Antiguo Testamento contiene toda un tupida red de palabras y de frases, casi en forma de crucigramas, que revelarían todos los grandes acontecimientos de la Humanidad desde los tiempos de Moisés y que, además, anunciarían los grandes hitos del futuro del hombre.

Este conjunto de criptogramas, formados por sopas de letras y crucigramas pluriformes e interconectados, funcionarían como un programa informático interactivo en constante evolución y de una sofisticación sobrenatural. «Algo tan extraño para nosotros hoy como lo hubiera sido un ordenador para los nómadas del desierto de hace tres mil años», escribe Drosnin.

Desde siempre, la Biblia ha sido, es y será el libro más estudiado de la historia. Miles de exégetas y biblistas católicos, ortodoxos y protestantes han entregado su existencia a descifrar sus contenidos. Hay grandes especialistas en Sagrada Escritura que dedicaron lo mejor de su vida profesional a estudiar una tilde o una coma del texto sagrado. Los cabalistas y los alquimistas de la Edad Media también quisieron hacer hablar a la Biblia.

Un ejército de estudiosos ha intentado desde siempre encontrar la clave que aclarase las metáforas sibilinas de los antepasados de las tres grandes religiones del Libro (cristianos, judíos y musulmanes). El mismo Newton se obsesionó con probar que el universo era un gigantesco criptograma puesto en marcha por el Todopoderoso.

Sin embargo, el primero que consiguió algunos resultados en esta ardua tarea fue un rabino de Praga. Este rabino, que vivió en la capital checa en los años 30, descubrió que, en los cuatro primeros libros de la Biblia (Génesis, Exodo, Números y Deuteronomio), si comenzaba en un determinada letra, saltaba cincuenta, retenía la siguiente y volvía a saltar otras cincuenta, y así cuatro veces seguidas, obtenía siempre la palabra torah, que en hebreo significa ley o Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia que contienen la ley, según los judíos.

Pero contando a mano, el rabino checo no podía ir muy lejos. «El código de la Biblia tenía una cerradura de efectos retardados, que sólo se podría abrir cuando apareciesen los ordenadores más potentes», matiza Drosnin. En cualquier caso, el rabino checo había descubierto, por vez primera, el arma mágica capaz de penetrar en los arcanos del Creador, ocultos entre la infinidad de palabras y caracteres existentes en la Biblia.

Eliyahu Rips retoma el descubrimiento de su colega checo, introduce en la memoria de su potente ordenador todos los caracteres del Antiguo Testamento y los transforma en una sola serie continua de letras, que consta de 304.805 unidades. El ordenador, partiendo de la primera letra, busca todas las secuencias alternativas significativas posibles, es decir, las palabras que aparecerían si se leyese el texto saltanto los intervalos de una, dos, tres, cuatro letras... y así sucesivamente. El ordenador recomienza entonces por la segunda letra y así sucesivamente. Siguiendo este proceso, el sabio judío encontró muchas más palabras codificadas que las que prevén las estadísticas, según las leyes del azar.

A continuación, Rips decidió interrogar al texto sagrado e introducir en su programa el nombre de 32 celebridades de la historia, así como la fecha de su nacimiento y de su muerte. El matemático repitió la misma operación con la novela Guerra y Paz, de Tolstoi. Las probabilidades que tenía de encontrar información por azar eran de una sobre 10 millones. El ordenador trabajó durante 444 horas y encontró una primera combinación aleatoria en la Biblia.

El sabio judío decidió comunicar el resultado de sus investigaciones a la revista Statiscal Sciences, así como a los departamentos de especialidades en el cálculo de probabilidades de universidades americanas, como Yale o Harvard.

Después de muchas controversias y comprobaciones mil, el informe fue publicado. Sus adversarios se refirieron al hallazgo con sustantivos poco amables como estafa y timo, pero los resultados que presenta Rips son incontrovertibles.

Por ejemplo, descubrió, con seis meses de antelación, que Bill Clinton iba a ser el ganador de las elecciones norteamericanas. En la Biblia, aparece también Nixon y, a su lado, la frase «fue expulsado». La «gran depresión de 1929» aparece conectada con «hundimiento económico». El primer paso del hombre sobre la Luna aparece codificado como «nave espacial» y «Apolo 11», en el libro del Génesis (15, 5), donde Dios le dice a Abraham : «Mira al cielo y cuenta las estrellas si puedes». Y el campo de exterminio de Auschwitz aparece codificado como «solución final» y «zyklon B»

En otro pasaje aparecen las palabras «Husein», «Scud» y «misil ruso». Y más aún, la fecha del 18 de enero de 1991, el día en que Irak lanzó su primer misil contra Israel.

Y es que la descodificación permite acceder no sólo al conocimiento de los hechos, sino, incluso, a toda una serie de detalles de los mismos. Por ejemplo, en el mismo versículo donde aparece el nombre de Rabin al lado de la sentencia «el asesino asesinará», está también el lugar (Tel-Aviv) y la fecha del atentado que le costó la vida al primer ministro judío. Más aún, en las proximidades aparece «Amir», el nombre del asesino.

¿Impostura, falsificación, estafa o uno de los mayores descubrimientos científicos de los últimos tiempos? ¿Eliyahu Rips es un genio o un genial impostor? ¿No será su teoría el delirio de un informático víctima de la fiebre milenarista que nos invade?

El español Julio Trebolle, uno de los mejores escrituristas del mundo, especialista en los manuscritos del Mar Muerto, apuesta por la estafa. Trebolle, que pasó muchos años investigando en Jerusalén y actualmente dirige el Instituto de Ciencias de la Religión de la Universidad Complutense, afirma: «Científicamente no tiene valor alguno. La ciencia filológica e histórica no permite algo así. Es como meter La Ilíada en el ordenador y saber quién va a ganar las pasadas o las próximas elecciones griegas».

Al célebre exégeta español, el descubrimiento de Rips, divulgado por Drosnin, no le ofrece credibilidad alguna. «Cuando surge un descubrimiento de estas magnitudes, lo que la comunidad científica seria hace es presentarlo en congresos internacionales y en revistas especializadas, que son los auténticos filtros de la ciencia. Además, en este mundillo nos conocemos todos y Rips no figura entre los grandes científicos o estudiosos de la Biblia. En definitiva, un montaje más, del que seguramente hablarán más los medios de comunicación que de los descubrimientos serios». En cambio, Robert J. Auman, uno de los expertos mundiales en la teoría de los juegos, miembro de la Academia de las Ciencias de Estados Unidos y de Israel, declaró solemnemente ante esta última institución : «El código de la Biblia es un hecho constatado. Estadísticamente, los trabajos de Rips van más allá de lo que se suele exigir de ordinario. No hay nada comparable a sus investigaciones en la ciencia moderna». La Biblia es grande ¿será Rips su profeta?

La Biblia está de moda. Si el sabio judío Rips ha encontrado su «código secreto», el periodista Marco Schwartz se ha adentrado en sus intimidades para descubrir «el mayor culebrón que se haya escrito jamás». Su libro, Los amores en la Biblia (Temas de Hoy), pone al descubierto la concepción del amor y de la sexualidad que impera en los libros sagrados, echando por tierra más de un tópico.

Por ejemplo, la Biblia, según el autor y en contra de lo que pudiera pensarse, presenta como algo positivo no sólo el amor, sino también la práctica del placer y la sensualidad. Sus páginas «están aborrotadas de las más vibrantes historias de amor, en las que no falta el sexo, la seducción, el erotismo, los celos, la traición y todos los demás elementos que conforman el agitado mundo de las pasiones».

Tanto es así que algunos de los personajes bíblicos más famosos recibirían hoy el calificativo de auténticos obsesos sexuales. Ahí están las hermanas Raquel y Lea, «disputándose como fieras el amor del patriarca Jacob, esposo de ambas»; o el juez Sansón, que «terminó mal sus días por confiar el secreto de su fuerza descomunal a su amante, la pérfida Dalila», o la hermosa Ester, que «logró encandilar al emperador persa Asuero, el hombre más poderoso de la tierra»; o el rey David, que «preñó a la esposa de un soldado de elite de su ejército y, después, para salir del lío, envió al militar al frente más peligroso de la guerra para que muriese en combate».

Más aún, las mismas relaciones entre Dios y el pueblo de Israel aparecen descritas «como un tempestuoso romance entre un hombre y una mujer». Y todas las grandes figuras bíblicas se muestran como seres profundamente humanos y estremecidos por las más tormentosas pasiones.

El rey Salomón, al que, según las Escrituras, Dios distinguió con el don de la sabiduría, tuvo nada menos que 700 mujeres de sangre real y 300 concubinas. Y tanto amó a todas ellas el enamoradizo rey de Israel que se arriesgó incluso a desatar las iras de los Sumos Sacerdotes al erigir altares a los dioses de las mujeres de su harén.

Jacob, para poder casarse con su «muy esbelta y hermosa» prima Raquel tuvo que trabajar siete años para su tío Labán. Y Tobías arriesgó su vida para casarse con su prima Sara, acostándose con ella a pesar de que sus siete anteriores maridos habían muerto la noche misma de la boda, asesinados por un demonio. Pero el amor de Tobías venció al demonio, ayudado por un conjuro hecho a base de hígado, hiel y corazón de pez, que le dió su amigo el ángel Rafael.

Según los autores bíblicos, el amor entra por los ojos: «La belleza de la mujer alegra el rostro del marido y aumenta en el hombre el deseo de poseerla», dice el Eclesiástico. Por su parte, el matrimonio es, para los israelitas, un simple contrato privado y civil, donde no interviene para nada la casta sacerdotal.

La virginidad de la mujer está asociada a la pureza ritual. Así por ejemplo, el sacerdote sólo podía casarse con una virgen. Sin embargo, la virginidad no era considerada como el estado ideal de la mujer israelita. Más aún, permanecer soltera se consideraba una terrible desgracia para cualquier mujer, ya que no podía tener descendencia y eso era una de las peores maldiciones que podía caer sobre ella.

Si en la noche de bodas el esposo descubría que su mujer no era virgen, podía someterla a juicio público. Los padres de la muchacha exhibirían como prueba las sábanas donde han copulado los recién casados. Si la acusación resultaba infundada, el acusador tenía que pagar una mula de cien monedas de plata al padre de la joven por haberla difamado. En cambio, si tenía fundamento, la muchacha era lapidada.

Y es que, entre los judíos, no se juega con las cosas del amor. Otro ejemplo: si una joven virgen estaba prometida a un hombre y era sorprendida mientras yacía con otro en la ciudad, ambos serían apedreados hasta la muerte. Pero si eran sorprendidos en el campo, sólo moriría el hombre, pues se presumía que la mujer gritó pidiendo auxilio sin que pudiera ser escuchada.

El Deuteronomio (25,11-12) llega a prescribir que si dos hombres están peleando, y la mujer de uno de ellos, para librar a su marido de los golpes del otro, agarra a éste por sus partes, se le cortará a ella la mano.

La unión carnal con alguien del mismo sexo era una «abominación», penada con la muerte. Y lo mismo sucedía en el caso de la unión con animales. Aunque en un reciente debate en el Parlamento israelí, una diputada, partidaria de reconocer los derechos de los gays, se atrevió a afirmar que el rey David, una de las figuras estelares de la historia judía, «fue homosexual, al menos en un momento de su vida» y que su amante fue Jonatán. Y es que, en la Biblia, hay de todo: lo divino y lo humano.

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