Blur ídolo de masas

Mourinho decía que sus segundos años siempre eran los mejores, algo que, a tenor de los últimos resultados, no llega a ser del todo cierto. Pero lo que está consensuado es que en las segundas jornadas del Primavera Sound es cuando se concentran los momentos más granados de cada edición: tras el primer día de aclimatación llega una nueva batería de bandas emergentes –y de culto– a las que se les suman unos cuantos ídolos de masas –ayer nada menos que Blur, en uno de los escasísimos conciertos que están dando este año, todavía deshojando la margarita de si graban nuevo disco o no–; todo ello con el público aún relativamente descansado, con ganas de vaciarse.

La jornada del viernes no escatimó en momentos cumbre, aunque ligeramente deslucida por un solano frío; la brisa suave del día anterior convertida en un viento de levante tan gélido como molesto que no dejó de soplar en toda la noche –y que aún así no frenó al público, que rondaba los 50.000 espectadores. Todavía resonaban los ecos del jueves, la típica jornada que se desarrolla de menos a más, y que al filo de la medianoche ya había sumado algunas actuaciones de las que dejan marca en la memoria, en particular la de los elegantes, y en ocasiones psicodélicos, Grizzly Bear. La banda de Chris Taylor acudió con el material de Shields, un tercer disco de pop sofisticado y adulto, y lo exhibió ante el público del escenario Primavera con una puesta en escena de luces tibias con forma de espermatozoide, vocales susurrantes y contención instrumental.

Fue algo así como la prolongación de la elegancia y la timidez de The Postal Service –que una hora antes había inundado el escenario Heineken, llamado "Mordor" por parte del público, por el tiempo que conllevaba llegar hasta él– con el memorable pop electrónico de Give up, un álbum criogenizado durante diez años y repescado este año como un clásico, y también el preámbulo de la explosión de júbilo y buen rollo de Phoenix, la banda versallesca de Thomas Mars –conocido por ser yerno de Francis Ford Coppola–, que apenas necesitó un par de estribillos para dibujar sonrisas de esas que no caben en la cara.

Las primeras horas de ayer fueron envolventes y enraizadas en la tradición folk americana: en el escenario principal se presentó Kurt Vile, ese aspirante a sucesor de Neil Young, todavía joven pero con larga experiencia, acompañado de sus The Violators, una banda sólida que traduce el rock de raíces en una experiencia cósmica. Un poco más tarde, Daughn Gibson exponía un lenguaje similar –su inspiración primera, en su caso, sería Johnny Cash; antes de hacer música conducía camiones–, pero con interesantes arreglos electrónicos. En la otra punta del recinto, y a la misma hora, Django Django ofrecían los primeros ritmos de baile. Pero si había un nombre para las primeras horas del segundo día del Primavera Sound era Solange, Solange Knowles, la hermana hípster de Beyoncé, que con las pocas pero excelentes canciones de su True EP aportó uno de esos momentos glamourosos que todo evento necesita. 

Escueta en sus pasos de baile, pero con un carisma evidente y una banda elegante y bien trabajada –todo sonando en su lugar y limpio, vestidos con trajes y sombrero como pimps de la Ley Seca–, Solange se metió a todo el mundo en el bolsillo con media hora de pop mayúsculo y simpatía cercana.  

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