Los sueños mueren al atardecer

Entra en el despacho de Felipe González y suelta todo lo que lleva dentro: La ley de hierro para los beneficios empresariales, el error del catastro, las tropas españolas en el Golfo, su paulatino, progresivo e imparable distanciamiento. 

El presidente no tiene más remedio que aceptar todos los argumentos que su número dos le expone. 

Acepta la dimisión y pide libertad para formar el nuevo Gobierno, sin presiones del partido, con apoyo expreso del hombre que se dispone a ]liderar el PSOE desde la nueva sede de la carretera de La Coruña, el centro neurálgico que albergará las mentes y los cuerpos de la plana mayor del socialismo hispano: Alfonso Guerra, Txiqui Benegas, Guillermo Galeote. 

Alfonso insiste en que su dimisión, que nunca cese, debe hacerse pública ya, sin más esperas. González le convence de un «breve aplazamiento»: hasta que se reunan en Ginebra James Baker y Tarek Aziz y logren un pequeño resquicio para la paz. Son apenas 24 horas. 

El miércoles es un largo día para la esperanza. Los sueños mueren al atardecer sobre el lago Leman, rodeado de bancos, compañías financieras y tiendas de lujo. El presidente y el vicepresidente del Gobierno afrontan la doble realidad, la doble crisis: por un lado la cada vez más inevitable guerra en el Pérsico, por otro la salida del Gobierno del número dos y los cambios ministeriales que deben producirse después. Felipe González intenta ganar tiempo: Llaman a Moncloa a Txiqui Benegas y a Guillermo Galeote, para que den su opinión. 

Tras la sorpresa, los secretarios de Organización y Finanzas de la Ejecutiva intentan convencer al vicepresidente para que continúe, pero éste se muestra inflexible: Ha presentado la dimisión y no piensa retirarla. Es más, piensa hacerla pública para impedir cualquier retroceso.Esa noche, por su despacho del edificio de Semillas pasan también Rafael Delgado y Roberto Dorado. El jefe del Gabinete del presidente pone, de forma inmediata, su cargo a disposición de Felipe González. El es, sin duda y con orgullo, un hombre de Guerra. 

El jueves, Txiqui Benegas almuerza con Alfonso Guerra en el pequeño comedor privado de Moncloa. Los dos conocen el plan que duerme sobre la mesa del presidente y en el que el político vasco aparece como posible vicepresidente político y «puente» entre el Gobierno y el partido, en caso de que el vicesecretario general del PSOE diga adiós. 

Esa misma tarde La Ejecutiva Federal queda convocada. para las cuatro y media de la tarde del lunes. En cada una de las veintinueve conversaciones de Benegas su interlocutor entiende que Felipe González va a explicarles, por fin, la crisis de Gobierno, con la lista de los ministros que se van y los que llegan. Ninguno sospecha que el único adiós que va a producirse ese día es el del todopoderoso y temido compañero Alfonso. 

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