Mercedes Mila cae mal a todo el mundo

Comenzó espídica, con deseo por renovar su vieja marca de fábrica, con la intención de devorar la pantalla, al espectador y a sus invitados, consciente de que el mercado de valores puede alterarse durante las ausencias prolongadas, con huellas de haber consultado al espejo mágico si sus preferencias habían cambiado.

Se había rodeado de pesos pesados calculando una guerra a su altura. No ganó el primer asalto. Miguel Durán tiene amurallados los nervios, la ironía y el cerebro.

Es un témpano mortífero, un negociador paciente, un ciego que controla con diez ojos, que huele el peligro, experto en dialéctica y simulación. Su despedida, reivindicando el sueño de contemplar alguna vez el cuerpo desnudo de su mujer y el rostro de sus hijos, otorgaba poesía al hombre de negocios. 

El mitin de José María García, su desafiante «éntrame nena, los dos peinamos canas en este teatro, y no me vas a chupar el primer plano», su agresividad rotunda contra el medio anfitrión y los sufridos sociatas, el milagro de asistir a un bombardeo feroz en la propia casa de los dueños del tinglado, no le hubieran asegurado la victoria a éste, si una cámara traidora no se hubiera cebado con la princesa.

El plano, tal vez fuera equívoco en las intenciones, pero absolutamente implacable en las formas. El gesto de la Milá exigiendo un corte, producía rubor, anhelos del salvador «trágame tierra». Gabilondo apagó fuegos, no reclamó protagonismos, auguró con racionalidad malos tiempos para ese Imperio en el que nunca se pone el sol. La estrategia de la segunda parte fue ejemplar. Intuyo llanto y aparición de la Luz en el corazón redimido de explotadores salvajes.

El derroche humanista y concienciado entre el jesuita, rebelde con causa, carne de épica y de martirio, y la periodista visceral, comprometida con la realidad y al borde de la lágrima, tenía capacidad para derretir a las piedras. 

A la entrevista futurista entre el salvador de los descamisados y la chica incisiva, escenificada con dibujos animados, le faltaba sal e imaginación. Que Serrat y Ana Belén susurren a dúo bocetos líricos del Mediterráneo, es un lujo. El arranque ha sido irregular, pero fuerte. La competencia horaria lo tiene crudo.

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